Estaba ya cerrando un ciclo de
anarquía; de esas que se olvidan, cuando de pronto en vez de continuar en el
círculo de vicios se aproxima una serie de situaciones que me hacen tocar
finalmente el fondo, dejando de lado la anarquía sin sentido en la que se
encontraba mi minúscula existencia.
Todos habríamos pensado que salir
de la anarquía estaba bien y que quizás los cambios serían positivos, sin
embargo lo que todos pensemos le vale poco al destino, pues esta situación antes
mencionada y nunca vivida tomó con fuerza mi quietud y me arrojó al rincón más baldío
en el que se puede humanamente vivir. Si es que esto se llama vida...
Ese rincón es la inanidad, la más
franca, la más pura, la inanidad propia que es la dueña del efecto mariposa, de
allí en adelante mi vida giró 180 grados, y pasé de la emotividad rutinaria
propia de la vida marcada de vicios; a un deplorable estado en el que salir
solo significaba una cosa: “Imposible”, mover mis escasos kilos consumidos desde
un colchón hacia la bipedestación representaba algo que solo pensar me
resultaba agobiante, a tal extremo que las necesidades básicas del ser humano
fueron contemporizadas.
¿Cómo puede un ser humano vulgar
sentirse tan muerto en vida? Sencillo, cuando habitamos ese oscuro rincón, ya
conocido, explorado, vuelto hogar, ya el respirar no se siente y dejas de
apreciar el frío o el calor, la voluntad extinta, el mañana lejano, la horas sin
sentido, pues no se sabe si el tiempo pasa o se detuvo y sigues estando en la
nada, sin razón de estar y con las ganas de absolutamente nada o en su defecto
sencillamente desaparecer. Desaparecer no por cuenta propia, sino más bien ser
una burbuja que se explote y que tu materia ya no deje rastros.
Lo lamentable de todo es que
quizás logré salir de mi rincón oscuro ¡no sé cómo, ni se tampoco cuando! Pero
regresé a mi vida llena de anarquía, encerrado en cuatro tristes paredes, con
un horario de trabajo de mi elección, un trabajo inespecífico pues mis vicios
me lo exigen, a mis 57 años puedo decir que aunque no esté en aquél rincón a
veces llega a mi vida la sensación pura de ausencia misma y vuelvo a estar en
la inanidad, me desplomo y sucumbo, y transcurrido un tiempo que no preciso
despierto de nuevo, quizás de un coma etílico o quizás en cualquier plaza,
sintiéndome como el viejo nuevo que debe regresar a vender periódicos para
poder mantenerme en pié.
Siete de la noche del 14 de marzo
del año 76, cómo olvidar aquella situación, en la que después de salir del
trabajo fui al bar de la calle Los Ruíces a celebrar mi ascenso, sin nadie que
me esperase en casa y con una familia lejana solo quería un par de cervezas y
luego dormir plácidamente. Siento un aroma frutal cítrico, perfume de mujer, se
sienta a mi lado y pide una copa; me dice “Salud”; a lo que amablemente
contesto: “gracias e igualmente”, sigo con mi mirada fija en el bar, me gusta
el color de las botellas, causan un efecto agradable a mi visión, lo oficina cargada
de papales a veces no tan agreste me resulta repetida, como una misma historia,
como una misma canción.
A las siete y cuarenta y seis de
la noche inició la desgracia que me condujo a esta nada donde me encuentro;
aquella rubia se presentó ante mí, con su mirada de víbora, con su léxico
impecable y su sonrisa celestial, podría jurar que casi perfecta. A las siete y
cuarenta y seis de la noche del 14 de marzo de 1976 fue la primera vez que di
un cambio a mi vida, desde entonces no hago más que maldecir a diario el
infernal significado del efecto mariposa.
Maricarmen Páez 2018