martes, 27 de marzo de 2018

Efecto Mariposa


Estaba ya cerrando un ciclo de anarquía; de esas que se olvidan, cuando de pronto en vez de continuar en el círculo de vicios se aproxima una serie de situaciones que me hacen tocar finalmente el fondo, dejando de lado la anarquía sin sentido en la que se encontraba mi minúscula existencia.
Todos habríamos pensado que salir de la anarquía estaba bien y que quizás los cambios serían positivos, sin embargo lo que todos pensemos le vale poco al destino, pues esta situación antes mencionada y nunca vivida tomó con fuerza mi quietud y me arrojó al rincón más baldío en el que se puede humanamente vivir. Si es que esto se llama vida...

Ese rincón es la inanidad, la más franca, la más pura, la inanidad propia que es la dueña del efecto mariposa, de allí en adelante mi vida giró 180 grados, y pasé de la emotividad rutinaria propia de la vida marcada de vicios; a un deplorable estado en el que salir solo significaba una cosa: “Imposible”, mover mis escasos kilos consumidos desde un colchón hacia la bipedestación representaba algo que solo pensar me resultaba agobiante, a tal extremo que las necesidades básicas del ser humano fueron contemporizadas.

¿Cómo puede un ser humano vulgar sentirse tan muerto en vida? Sencillo, cuando habitamos ese oscuro rincón, ya conocido, explorado, vuelto hogar, ya el respirar no se siente y dejas de apreciar el frío o el calor, la voluntad extinta, el mañana lejano, la horas sin sentido, pues no se sabe si el tiempo pasa o se detuvo y sigues estando en la nada, sin razón de estar y con las ganas de absolutamente nada o en su defecto sencillamente desaparecer. Desaparecer no por cuenta propia, sino más bien ser una burbuja que se explote y que tu materia ya no deje rastros.

Lo lamentable de todo es que quizás logré salir de mi rincón oscuro ¡no sé cómo, ni se tampoco cuando! Pero regresé a mi vida llena de anarquía, encerrado en cuatro tristes paredes, con un horario de trabajo de mi elección, un trabajo inespecífico pues mis vicios me lo exigen, a mis 57 años puedo decir que aunque no esté en aquél rincón a veces llega a mi vida la sensación pura de ausencia misma y vuelvo a estar en la inanidad, me desplomo y sucumbo, y transcurrido un tiempo que no preciso despierto de nuevo, quizás de un coma etílico o quizás en cualquier plaza, sintiéndome como el viejo nuevo que debe regresar a vender periódicos para poder mantenerme en pié.

Siete de la noche del 14 de marzo del año 76, cómo olvidar aquella situación, en la que después de salir del trabajo fui al bar de la calle Los Ruíces a celebrar mi ascenso, sin nadie que me esperase en casa y con una familia lejana solo quería un par de cervezas y luego dormir plácidamente. Siento un aroma frutal cítrico, perfume de mujer, se sienta a mi lado y pide una copa; me dice “Salud”; a lo que amablemente contesto: “gracias e igualmente”, sigo con mi mirada fija en el bar, me gusta el color de las botellas, causan un efecto agradable a mi visión, lo oficina cargada de papales a veces no tan agreste me resulta repetida, como una misma historia, como una misma canción.

A las siete y cuarenta y seis de la noche inició la desgracia que me condujo a esta nada donde me encuentro; aquella rubia se presentó ante mí, con su mirada de víbora, con su léxico impecable y su sonrisa celestial, podría jurar que casi perfecta. A las siete y cuarenta y seis de la noche del 14 de marzo de 1976 fue la primera vez que di un cambio a mi vida, desde entonces no hago más que maldecir a diario el infernal significado del efecto mariposa.

Maricarmen Páez 2018